Desde el momento que imaginé la relación de un muchacho pobre y desdichado con un rico barón que quiere convertirse en escritor bohemio, supe que el camino iba a merecer la pena, aunque no de la forma en que finalmente ocurrió porque el desenlace que imaginé al principio se convirtió en el fin de la primera parte de la historia. Cuando tenía muchas dudas sobre cómo continuar me pasó algo extraño. Uno de los personajes me pedía que le dejara convertirse en narrador de parte del relato, lo que entraba en conflicto con el resto de la historia. Hice la prueba de narrar el principio de la segunda parte cambiando de voz, y eso me proporcionó la clave para que las piezas encajaran y pudiera dar la dimensión real del protagonista, el proceso que sigue desde sentirse un miserable que lo ha perdido todo hasta convertirse en un héroe.
En esta novela aparece una de las citas de las que me siento más orgulloso y que le dice el barón a Crisanto cuando se siente hundido: «No te asustes de las quimeras, asústate de aquellos que te nieguen el derecho a imaginarlas. Este mundo no sería posible sin lo que soñaron lo imposible y se pusieron manos a la obra». Cuatro años después de escribirla creo que las palabras del rey pidiéndonos que nos dejemos de quimeras en tiempos de crisis le otorgan una mayor vigencia porque en esta guerra que estamos viviendo entre ricos y pobres las quimeras son más necesarias que nunca para no sentirnos avasallados por los dueños del dinero. Y precisamente esa es la lucha que emprende Crisanto por amor hacia las personas que lo han convertido en hombre, lo que también tiene que ver con mi propio proceso como escritor.
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