jueves, 4 de octubre de 2012

Las manos prestadas

Si como autor tengo que defender a todos mis libros como si fueran hijos, hay algunas historias por las que siento una especial debilidad, y Las manos prestadas es una de ellas por varios motivos. El primero es porque la historia nació en tiempo de crisis, cuando temía que se me hubieran acabado las ideas brillantes. Ese es un temor que nunca desaparece del todo, y siempre queda la duda de que toda historia pueda ser la última, sobre todos cuando no tienes otro proyecto en marcha. Tras la dura lucha mantenida con Olvido 27 me había quedado vacío. Hay que tener en cuenta que el proceso de creación de una novela es muy diferente al de una obra de teatro o un cuento, al menos en mi caso. Con la novela tengo una idea de la que parto, una meta aproximada a la que quiero llegar y algunos lugares de paso, pero es imposible abarcar toda la historia cuando se está gestando. En cierto modo es como un inmenso laberinto que tiene muchas salidas, y cada bifurcación te lleva a una diferente, y solo una de ellas es la buena. El proceso de completar el camino difícilmente lleva menos de un año, y cuando lo emprendes debes estar convencido de que merece la pena, y preparado para enfrentarte a todas las trabas que surjan, ya sean de la propia historia o de tu vida personal.
Desde el momento que imaginé la relación de un muchacho pobre y desdichado con un rico barón que quiere convertirse en escritor bohemio, supe que el camino iba a merecer la pena, aunque no de la forma en que finalmente ocurrió porque el desenlace que imaginé al principio se convirtió en el fin de la primera parte de la historia. Cuando tenía muchas dudas sobre cómo continuar me pasó algo extraño. Uno de los personajes me pedía que le dejara convertirse en narrador de parte del relato, lo que entraba en conflicto con el resto de la historia. Hice la prueba de narrar el principio de la segunda parte cambiando de voz, y eso  me proporcionó la clave para que las piezas encajaran y pudiera dar la dimensión real del protagonista, el proceso que sigue desde sentirse un miserable que lo ha perdido todo hasta convertirse en un héroe.   
En esta novela aparece una de las citas de las que me siento más orgulloso y que le dice el barón a Crisanto cuando se siente hundido: «No te asustes de las quimeras, asústate de aquellos que te nieguen el derecho a imaginarlas. Este mundo no sería posible sin lo que soñaron lo imposible y se pusieron manos a la obra». Cuatro años después de escribirla creo que las palabras del rey pidiéndonos que nos dejemos de quimeras en tiempos de crisis le otorgan una mayor vigencia porque en esta guerra que estamos viviendo entre ricos y pobres las quimeras son más necesarias que nunca para no sentirnos avasallados por los dueños del dinero. Y precisamente esa es la lucha que emprende Crisanto por amor hacia las personas que lo han convertido en hombre, lo que también tiene que ver con mi propio proceso como escritor.
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